Las palabras en sus distintas representaciones -ya sea como conceptos teóricos, libros, obras de arte o conversaciones- no alcanzan la totalidad de su significado hasta que entran en contacto con una segunda persona, no la que las creó, sino la que las recibe. Paul Ricoeur, filósofo francés, en su libro Tiempo y narración expone de manera concisa este proceso en el cual se forman 3 niveles miméticos -entendiéndose mímesis como momento creativo-: en el primero se encontrarán los elementos necesarios para crear el objeto planeado, serán los ingredientes de un platillo, por así decirlo; en el segundo nivel tendremos al objeto terminado, el platillo; en el tercero se necesitará la interpretación de una segunda persona que entre en contacto con el objeto, lo que le provoque la obra al receptor será el “sabor”. Ésta dependerá no solamente del objeto terminado, sino también del horizonte de expectativas del receptor.
El horizonte de expectativas -concepto acuñado por Roman Ingarden- se formará a partir de lo que el individuo ha vivido, leído, escuchado, etc., de esta forma cada uno de nosotros interpretamos el mundo a través de nuestras vivencias, nos ponemos “lentes” distintos dependiendo de lo que tengamos almacenado en nuestra mente; tratar de deslindarnos de ello será imposible, pues se necesitaría que borraran por completo nuestra memoria para lograrlo.
Es por lo anterior que la lectura de cada persona será siempre diferente a la de las demás, nunca dos personas han vivido las mismas situaciones en su vida, y aunque lo hubieran hecho, la forma en que las procesan, es distinta; de igual modo, la lectura de la misma persona en distintas etapas de su vida, será distinta: a lo largo de los años acumulamos nueva información, nuevos lentes para ver el mundo, generando nuevas lecturas aun cuando se lea el mismo texto.
Hay un conflicto entonces, pues ponerse de acuerdo a la hora de tratar de generar una sola interpretación de cualquier situación, es casi imposible. Por lo mismo escuchamos constantemente de pleitos entre teóricos, filósofos, políticos y demás, todos defienden su postura pues piensan que es la correcta, pero ¿cómo podemos decirles que no lo es?
Ahora, sin meternos en conflictos filosóficos y acercándonos más a la vida cotidiana, podemos notar que los mismos problemas se generan en el día a día en situaciones tan usuales como la conversación. El esquema más sencillo de una conversación consta de 3 elementos:
- El emisor: quien pensará y posteriormente enunciará el mensaje.
- El mensaje: el contenido de lo pensado y enunciado por el emisor.
- El receptor: a quien va encaminado el mensaje y quien se encargará de interpretarlo.
Si nos quedáramos en el nivel teórico de la conversación no habría problema alguno, pero al ser nuestros dos -o más- individuos personas con construcciones mentales completamente distintas, todo cambia.
Debemos recordar que no siempre el mensaje es explícito en su totalidad, hay veces en que la carga implícita del mensaje es muchísimo más fuerte, como es en el caso del lenguaje indirecto. En casos como ése, el receptor tiene que ser lo suficientemente competente como para poder descifrar lo que el emisor está tratando de dar a entender. Eso se debería de lograr en un sistema ideal y completamente exitoso, pero pensar eso es pensar en situaciones imposibles, y como no siempre se podrá llegar al completo entendimiento, se generarán las malinterpretaciones del mensaje.
Dichas malinterpretaciones son algo común que puede enmendarse conforme la conversación siga, por medio del diálogo, mas sin el diálogo, el problema sólo se hará más y más grande. Entonces las malinterpretaciones se convertirán en sobre interpretaciones, pues la persona que las haya interpretado no tomará en cuenta más elementos aparte del mensaje inicial y a partir de este tratará de construir una postura. Las sobre interpretaciones son peligrosas, pues una mala lectura de cualquier mensaje puede llevar a malentendidos graves que afecten no solamente a una, sino a muchísimas personas; la mala lectura de un libro puede llevar a un genocida a actuar, el no saber interpretar un mensaje de guerra puede llevar a la pérdida de muchas vidas.
La única forma de tratar de enmendar los posibles errores es el diálogo, las preguntas constantes lograrán esclarecer los puntos ciegos dentro de la conversación para así poder obtener el mensaje pensado por el emisor en su totalidad. Es por ello que la interpretación juega un papel clave dentro de la comunicación, ya sea en términos del idioma para que dos personas de distintas nacionalidades puedan comprender lo que se dicen sin malos entendidos o en términos de captar la esencia correcta de los mensajes que un emisor formula.